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22-9-23 Se presentó la restauración del cuadro D. Andrés Ferrero Malo de Arnedo
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Una familia anónima a donado la restauración del cuadro D.ANDRÉS FERRERO MALO DE SAN JOSÉ nacido en arnedo
Nació en Arnedo el 30 de noviembre de 1846 (San Cosme y San Damián, Libro 6, Fol. 269vº) y murió en Marcilla (Navarra) el 22 de diciembre de 1909. En Marcilla financió el cementerio de los PP. Agustinos y en él está enterrado.
Es uno de los descendientes de los Ferrero que, procedentes de Nápoles, se establecieron en Arnedo en 1808, y aquí tuvieron abierto un importante taller de platería que suministró de objetos litúrgicos de este metal a numerosísimas parroquias de la zona.
En 1898 fue consagrado obispo de la diócesis de Jaro. Así pues, en 2023 se celebra el 125 aniversario de su acceso al episcopado. Fue el último obispo español de Filipinas.
El 27 de octubre de 1903 abandonó Filipinas para regresar a España. Allí permaneció por un periodo de 30 años. Su despedida de la isla, en loor de multitudes (según D. Felipe Abad) fue un acontecimiento ya que fue acompañado por autoridades y numerosísimos fieles.
En el Boletín de la provincia de San Nicolás de Tolentino hay abundante información sobre este personaje. Son boletines de 1953 y hay publicadas 62 páginas con información amplia.
Sobrino suyo fue el sacerdote arnedano D. Claudio López Ferrero, quien regaló el retrato de su tío a la parroquia de San Cosme y San Damián. Estaba colgado en la pared del baptisterio de esta iglesia, en la que fue bautizado el obispo y, seguramente, por razones desconocidas se trasladó a la sacristía de Santa Eulalia, de donde partió al taller de Roberto Cagigal. Quizás sea porque en la iglesia de
Santa Eulalia se estableció originalmente el culto y cofradía de santa Rita, impulsada por religiosos agustinos y sus familias.
El autor del cuadro es el pintor de Manila Félix Martínez y Lorenzo, que lo pintó en Manila en 1895, unos años antes de ser elevado a la cátedra episcopal.
La presentación del cuadro restaurado se enmarca dentro la conmemoración del 125 aniversario de su consagración episcopal, del 50 aniversario de la ordenación sacerdotal del agustino arnedano Gerardo Ruiz Murillo y de los también agustinos y arnedanos Alberto Moreno Carrillo y Manuel Herrero Fernández que celebran sus bodas de plata sacerdotales.
MECENAZGO
Esta y otras obras se vienen restaurando por iniciativa de la Parroquia gracias al mecenazgo de la Fundación Arnedana Ntra. Sra. de Vico que, en su día, fundó el sacerdote, historiador y cronista arnedano D. Felipe Abad León. Con esta y otras iniciativas, la Fundación da sentido a uno de sus objetivos cual es el de apoyar iniciativas que permitan conocer, divulgar y conservar el patrimonio histórico artístico de la ciudad. El personaje del cuadro restaurado (D. Andrés Ferrero Malo) fue objeto de estudio en la obra "25 arnedanos universales" que escribió Abad León. En esta restauración se ha contado también con la aportación económica de un donante que permanece en el anonimato.
EL RESTAURADOR
Roberto Cagigal es licenciado en Bellas Artes (especialidad en conservación y restauración de obras de arte) y viene realizando múltiples intervenciones en la restauración de obras de arte de diferentes localidades. En su taller de Arnedo ha recuperado, gracias a la iniciativa de la Fundación Ntra. Sra. de Vico y de la Parroquia de Arnedo, los lienzos de la Inmaculada, de San Miguel y este de D. Andrés Ferrero Malo.
EL PINTOR
Tomado de "Félix Martínez Lorenzo en la ilustración filipina". Autor: Blas Sierra de la Calle. Arch. Ag 99 (2015) 419-54).
El pintor Félix Martínez y Lorenzo nació en el Barrio de Santa Cruz de Manila en 1859. Félix creció en el seno de una familia de artesanos, que le transmitió el amor por la belleza y el arte.
Félix Martínez fue un pintor de múltiples recursos, que dominaba tanto el arte del retrato, como la pintura costumbrista, como el paisaje. En todos ellos nos dejó muestras de su genio artístico. El pintor Félix Martínez y Lorenzo fue un artista muy bien valorado en su tiempo. Esto nos los demuestran múltiples factores. En primer lugar se puede constatar por el hecho de que trabajó como ilustrador –con muy buena aceptación–, en algunas de las principales revistas de su tiempo: La Ilustración de Oriente, La Ilustración Filipina, La Moda Filipina. Es más, de La Ilustración Filipina fue incluso su principal ilustrador. En segundo lugar es evidente esta positiva valoración por los muchos encargos que recibió, tanto de personas individuales, como de instituciones. Muchas autoridades de la administración así como personas de la burguesía filipina lo buscaron para que les inmortalizase en un retrato. Por su parte, las principales órdenes religiosas implantadas en Filipinas –agustinos, jesuitas, dominicos, agustinos recoletos–, contaron con sus servicios para decorar sus iglesias o, en el caso de los agustinos, para colaborar en la edición de la monumental
Esta valoración positiva que tuvo mientras vivió se refleja también en los premios que recibió a lo largo de su vida en algunas de las exposiciones. Recordemos que en 1882 fue Medalla de Plata en el certamen del tercer Centenario de Sta. Teresa; que en 1885 recibió la Medalla de oro por su participación en la Exposición Regional de Filipinas; que en 1904 recibió dos Medallas de plata y dos Diplomas de honor en la Exposición Universal de San Louis, Missouri, en Estados Unidos; que en 1908, según algunos autores, recibió también una Medalla de oro en la Exposición Internacional de Bellas Artes de Manila.
Por lo que se refiere a los retratos, Félix Martínez fue uno de los retratistas más buscados y puede ser considerado como uno de los más importantes retratistas filipinos del último cuarto del siglo XIX y es el mejor y más versátil maestro filipino, educado en su país, de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. La abundante galería de retratos por él realizada deja bien en evidencia la gran maestría que tenía Félix Martínez en captar la fisonomía, carácter y personalidad de cada uno de los personajes, lo que le constituye en un maestro indiscutible del retrato.
Sus paisajes y pinturas costumbristas nos lo muestran como un filipino amante de su tierra y de sus gentes, de la riqueza de sus tradiciones y de su cultura, deseoso de perpetuar para las futuras generaciones un estilo de vida, que, inexorablemente estaba cambiando.
El pintor Félix Martínez y Lorenzo fue un artista muy bien valorado en su tiempo. Esto nos los demuestran múltiples factores. En primer lugar se puede constatar por el hecho de que trabajó como ilustrador –con muy buena aceptación–, en algunas de las principales revistas de su tiempo: La Ilustración de Oriente, La Ilustración Filipina, La Moda Filipina. Es más, de La
Ilustración Filipina fue incluso su principal ilustrador. En segundo lugar es evidente esta positiva valoración por los muchos encargos que recibió, tanto de personas individuales, como de instituciones. Muchas autoridades de la administración así como personas de la burguesía filipina lo buscaron para que les inmortalizase en un retrato. Por su parte, las principales órdenes religiosas implantadas en Filipinas –agustinos, jesuitas, dominicos, agustinos recoletos–, contaron con sus servicios para decorar sus iglesias o, en el caso de los agustinos, para colaborar en la edición de la monumental Flora de Filipinas, para la que diseñó 49 plantas, el 10% del total de las representadas.
Tras su muerte, poco a poco, su nombre, al igual que el de gran parte de otros pintores, contemporáneos suyos, quedó casi olvidado, incluso dentro de su propio país, Filipinas. Los motivos de este olvido y desconocimiento son varios: el primero quizás porque muchas de sus obras han desaparecido, y otras estén en museos y colecciones españolas; a esto hay que añadir que gran parte de su obra gráfica está en revistas escritas en español, de las que se han conservado muy pocos ejemplares y que sólo están al alcance de algunos especialistas; no hay que olvidar tampoco el hecho de que muchas de sus pinturas estén todavía en manos privadas y no han salido a la luz pública. A esto quizás sería necesario añadir el desinterés cultural que ha existido tanto en España como en Filipinas por este periodo histórico. En España, tras la derrota de 1898, se deseó pasar página y todo lo filipino era ya agua pasada: mejor olvidar. En Filipinas, por su parte, la llegada de los Estados Unidos de Norteamérica, impulsó en la educación la denigración –incluso podríamos decir demonización–, y el olvido de todo lo español.